Octubre 6
Los últimos viajes de Cortés
En 1547,
cuando sintió que la muerte le estaba haciendo cosquillas, Hernán Cortés mandó
que lo sepultaran en México, en el convento de Coyoacán, que iba a honrar su
memoria. Cuando murió, el convento seguía en veremos, y el difunto tuvo que
alojarse en diversos domicilios de Sevilla.
Por fin
consiguió lugar en un barco que lo llevó a México, donde encontró residencia,
junto a su madre, en la iglesia de San Francisco de Texcoco. De ahí pasó a otra
iglesia, junto al último de sus hijos, hasta que el virrey ordenó que se mudara
al Hospital de Jesús y que se quedara allí, guardado en lugar secreto, a salvo
de los patriotas mexicanos locos de ganas de profanarlo.
La llave de
la urna fue pasando de mano en mano, de fraile en fraile, durante más de un
siglo y medio, hasta que no hace mucho los científicos muertólogos confirmaron
que esa pésima dentadura y esos huesos marcados por la sífilis son todo lo que
queda del cuerpo del conquistador de México.
Del alma,
nada se sabe. Dicen que dicen que Cortés había encargado esa tarea a un almero
de Usumacinta, un indio llamado Tomás, que tenía un almario donde guardaba, en
frasquitos, las almas idas en el último suspiro; pero eso nunca se pudo confirmar.
>> Fragmento
contenido en el libro "LOS
HIJOS DE LOS DIAS", de Eduardo Galeano, Siglo XXI, 2012.
>> Ilustración
digital | Andrés Casciani.
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