LA LENGUA NO ALCANZA
por Eddy W. Hopper
La depresión es una catarata viscosa que fluye desde la garganta hasta el estómago: en ambos extremos se potencia, pero toma distintas formas. En la garganta es presión que provoca represiones para no llorar y en el estómago es un peso que vivo cercano al miedo, aunque aparece como "algo físico"; un objeto que se adapta al recipiente, un agujero negro. Quiero hablar sin metáforas, pero palabras como "angustia" o cualquier otra no sirven para transmitir, porque no es "angustia" ni cualquier otra cosa. Es un universo alojado en el estómago y en la garganta, alimentado e impulsado por la experiencia.
Como universo, es permanente e influye en cada acción. En este aspecto -en el de la exteriorización de cualquier conducta- genera un efecto parecido al de estar unido con un cable invisible a un vagón de carga depositado fuera de las vías. Materialmente, dificulta al extremo cualquier movimiento; desde lo anímico, hace nacer la consciencia de que trazarse cualquier (CUALQUIER) curso de acción es inútil, porque desarrollarlo es imposible. Entonces, toda fuerza queda absorbida.
No vale la pena explicarlo, porque en general el Otro no entiende o no quiere entender, o entiende y no le importa, o más o menos le importa y luego de algunos pocos segundos concluye que “no puede hacer nada”; o se quita la carga de su prójimo derivándolo a un profesional de la salud mental. Cree, globalmente considerado, que las nuevas filosofías de la alegría, el impulso vital a partir de consignas o la persuasión para el trazado de objetivos son suficientes para movilizar al inmóvil.
Superado el fracaso de estas propuestas, asignan a quien sufre la voluntad de sufrir. También aseguran que “es más fácil victimizarse” y de verdad se convencen acerca de que las manifestaciones naturales de ese agujero son teatralizaciones que tienen por finalidad obtener beneficios.
Algunos (muchos) están convencidos de que hay que tratar duramente y sin concesiones a quien padece, abandonar todo pater-maternalismo, toda caricia y (nuevamente metáfora) “enseñarle” a nadar arrojándolo a la pileta.
Una mayoría arrasadora y exterminante, que construye el mundo, postula enfermedad y apartamiento.
La lengua no alcanza para significar esto. Nada lo simboliza: es aquella “lomo de navaja” que incluyó Melville en su clasificación de las ballenas: un animal que había visto sólo él mientras hacía guardia en el palo mayor de un barco, un atardecer del pasado, sin que mostrara su cola ni su cabeza, pero que aun así sospechaba distinta a todas las demás. La descripción que él pudiera hacer no llamaba la atención de los marineros ni de la gente de tierra, quienes tampoco se armaban de voluntad para atender una realidad tan ajena, molesta e inútil.
En mi caso, únicamente el encuentro con un Otro verdaderamente receptivo e interactuante, la sospecha de una conexión humana contenedora fogoneada por el amor y libre de toda especulación, me han sacado por un puñado de momentos de ese agujero de garganta, estómago y consumo de motor de consentimiento y músculo.
No exagero si digo que, desde que tomé consciencia de esta realidad a los 18 años (han pasado 35 desde entonces), cada sencillo movimiento ha resultado de vencer una batalla. CADA sencillo movimiento: poner café en el filtro, tomar un colectivo, hablar desesperanzadamente con cualquiera, calzarme un pantalón.
Salvo durante aquellos momentos de retozo espiritual, conexiones con una humanidad del Bien esencial materializadas en lazos de plenitud. Quizás esa búsqueda de lo que ya me parece irreversiblemente casual me provoque todo el tiempo la expresión.
- Ilustración digital, 2020
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